El desparpajo, la irreverencia: notas sobre la Patafísica en el Taller de Escritura

Fernanda Aren (UBA)
Osvaldo Beker (UBA-UCES)
Claudia Vespa (UBA)

Introducción
En el presente trabajo nos interesó aproximarnos a un espacio poco definido en la literatura y en los talleres de lectura y escritura, tal vez por su irreverencia o, quizás, por su desparpajo. Nos referimos justamente a los textos fuera de género, como los que revelan los avatares de cronopios y de famas con los que nos ha descolocado Julio Cortázar, o como aquellos propuestos por Alfred Jarry, de quien se dice ha sido el pionero en la construcción de realidades divergentes, o incluso, el hacedor de una percepción del mundo en todo diferente a la acostumbrada: la Patafísica.
Nuestro desempeño en el taller de escritura (cuya titular es la profesora Liliana Lotito), asignatura anual de la carrera de Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, apunta desde este ¿género? a liberar, a desautomatizar ciertos preconceptos, ciertas representaciones que nuestros alumnos han edificado en torno de los géneros; en otras palabras, de la literatura.
¿En qué consisten estos textos irreverentes (imaginemos los caligramas de Apollinaire, las poesías concretas, los cuentos hiperbreves, la provocación de Oliverio Girando, las vicisitudes de los cronopios, los famas y las esperanzas cortazarianas)? ¿Cómo repercute la inclusión de consignas con estas características en los estudiantes? ¿Por qué trabajamos esta modalidad en el taller de escritura? Nuestro artículo ensayará una posible respuesta a estas inquietudes, muchas veces urticantes.  

¿Qué es la Patafísica?
El saber inventado por Alfred Jarry a fines del siglo XIX nos depara interrogantes ya desde su nombre. ¿Qué es la Patafísica? Como la define e intenta circunscribir Christian Ferrer, la Patafísica es una “percepción física del mundo”. Podríamos ir un poco más allá y ensayar otra definición, como la misma Patafísica lo haría consigo misma o con otros objetos de su conocimiento. Así, podríamos decir que es una ciencia; tal vez, la ciencia de las soluciones imaginarias. De la mano de la figura esperpéntica de Ubú Rey hasta su novela póstuma, Hechos y Dichos del Doctor Faustroll, Alfred Jarry se erige como el iniciador y fundador de esta nueva ciencia de las posibilidades, una ciencia que, como tal, tiene un ideal de conocimiento que está, nos atrevemos a decir, en las antípodas del buscado y pregonado por el positivismo. En efecto, la Patafísica reacciona eruptivamente contra la noción de progreso, contra la ley general e infalible; en una palabra, contra el conocimiento universal y general. Frente a esto, la ciencia de Jarry se nos ofrece, siguiendo a Ferrer, en principios tales como “todo puede ser su opuesto”, “nada parece nunca lo que es”, “todo fenómeno es individual, defectuoso e inagotable” o “todo saber es siempre personal y válido para un instante”. Sin dudas, estos principios difieren en absoluto de los sostenidos por la ciencia positivista. Es que la Patafísica, lejos de querer ver lo universal y general, quiere subrayar lo singular y particular, eso que, para la ciencia que solemos practicar, no es ni útil ni generalizable. Una ciencia así se interesa, entonces, por lo excepcional, por aquello que esquiva a la regla y al orden regular e incuestionable de la naturaleza y de la sociedad. De esta manera, surgen nuevos modos de decir la realidad, una realidad que se le muestra al hombre siempre transformándose. El hombre patafísico, si se nos permite la expresión, será aquel que, movido por la curiosidad, origen de todo saber, encontrará en el mundo lo inclasificable , lo único y lo asombroso. De ahí que la mirada patafísica tenga algo de esperpéntica, ya que busca y propicia la deformidad, la anomalía, la exageración y el exabrupto. Finalmente, la Patafísica también es la ciencia del humor, de lo grotesco y de la ironía como caminos hacia el conocimiento del mundo y como posibilidades de arremeter furiosamente contra la ciencia y la moral burguesas. Todo esto es la Patafísica: la burla convertida, como señalaba Jorge Rivera , a pesar del contrasentido epistemológico, en ciencia de lo particular.

La Patafísica en el taller de escritura
El taller de escritura que nos convoca cada semana en la carrera de Comunicación Social se nos ofrece como un espacio de confluencia: los jóvenes ingresan al “saber académico”. Sin embargo, una de nuestras estrategias es la ruptura con dicho saber; en otras palabras es –de algún modo- la recuperación de aquellos postulados de Jarry: “todo puede ser su opuesto” y “nada parece nunca lo que es”, con lo cual más de un estudiante se siente en los albores de nuestra propuesta algo confundido. Ahora bien, ¿cómo hacemos confluir lo académico y lo irreverente?, ¿qué pretendemos con esta ruptura? Nuestro objetivo es, como decíamos en la introducción, apuntar desde estos textos fuera de género a la liberación y a la desautomatización; al quiebre –si se quiere- de las representaciones que relacionan linealmente lo académico con lo estanco, lo literario con la inspiración y la escritura –por ende- con un toque mágico de las musas. Si bien estos preconceptos fueron sedimentándose a lo largo de toda la escolarización, el ingreso a la universidad parece sobredimensionarlos, y es esta sobredimensión la que ocasiona cierta parálisis, cierta abstención provocada por el miedo al error, a la crítica del docente : “si las musas no están conmigo, y más que seguro que no lo están, ¿cómo resuelvo este texto?”. Es ahí donde proponemos la irreverencia y el desparpajo: la exploración (y explotación) de los sonidos, la fuerza de connotación de las palabras, las metáforas tomadas al pie de la letra, las soluciones imaginarias a un problema real, las instrucciones de lo obvio y de lo cotidiano, los cuentos hiperbreves, entre otras consignas, nos permiten acceder al nacimiento de un nuevo mundo, con nuevas leyes y una nueva lógica (que no significa falta de lógica) para comenzar, paulatinamente, a pensar y repensar lo dado, lo establecido. Desde esta nueva lógica es que nos asomamos a las consignas que siguen:
¿Quién dijo que el mundo es algo más que una gran esdrújula que baja y se pierde?:
“América: ángeles aéreos sin vértigo, ejércitos de hipopótamos, océanos fantásticos, imágenes mágicas con mayúsculas, pirámides básicas y de época, préstamos y créditos, tránsitos críticos, términos bélicos, estómagos mínimos, jóvenes médicos con ánimo y bellísimos hábitos, científicos sin brújulas pero con fórmulas académicas, católicos hipócritas, técnicos con méritos, músicos afónicos y, por último, fábricas peleándole al éxtasis con máquinas eléctricas.” 
En este ejemplo queda de  manifiesto la productividad de la palabra esdrújula, las asociaciones inesperadas que invoca y convoca, la explosión del sentido y del campo semántico. En general, este tipo de consigna, realizada en clase, nos sirve como un primer disparador hacia el desparpajo, hacia la asociación brusca y, a veces, ilícita. Se trata, en resumen, de ir contra las conexiones habituales de sustantivos y adjetivos o de sustantivos y verbos o, como dice Gianni Rodari, evitar el hecho de que “una palabra choca con otra por inercia”.
Otra consigna que solemos poner en práctica, y ya en la primera clase, es la escritura de un pequeño texto para presentarse. La premisa es utilizar las iniciales del nombre y del apellido:
“Zona nido: negro zanjón, nace zaparrastroso narciso. Nombre: Zurubí. Naranja zanahoria nutre. Nunca zapato ni zapatero, nuestro zurdo, nuevo zorro, nada zigzagueando nuestra zanja. Nutria zarpada. Zanja negra… Zarpa, nervioso zurubí, necesitas zoo nuevo. Narración zafa.”
Al igual que en el primer ejemplo, se suscitan combinaciones ingeniosas, impensadas, que intentan romper con la inercia de lo conocido y habitual.
Avanzando un poco más, podemos adentrarnos ya en la frase y, precisamente, en aquellas metáforas que, por el mero hecho de utilizarse cotidianamente, ya han perdido su fuerza y su sentido originarios. Entonces, como una manera de despertarlas de su letargo, les proponemos a nuestros estudiantes tomar una metáfora al pie de la letra mediante la redacción de un breve texto que, en algunas ocasiones, bien puede funcionar como relato hiperbreve:
“El semáforo estaba rojo cuando el joven cruzó la calle distraído y fue embestido por un auto: ¡Lo hizo pelota! Y atónitos lo vimos alejarse picando por el asfalto calle abajo.”
La sonrisa ante lo obvio deviene en gesto reflexivo cuando ingresamos al mundo instruccional cortazariano. La propuesta de distanciarnos de lo cotidiano, la ostranenie de Shklovski  provoca  –como todo cambio de lógica- cierta sorna o desaprobación; sin embargo, en una segunda lectura, resulta que dar cuerda a un reloj o llorar no son actividades tan sencillas e inocentes. Entonces, desde la lectura reflexiva, desde esta suerte de pérdida de inocencia es que los jóvenes se animan a extrañarse e involucrarse a la vez. Veamos qué sucede con estas instrucciones para mirarse al espejo:
“Arme un calidoscopio de sí mismo: rompa el espejo y destruya así su imagen, hágala añicos, dése el gusto de agredirse sin sentir dolor. Superponga los espejos, reármese, invéntese una identidad hecha cristales. Simplifíquese: el espejo le quita el enredado de venas, es usted liviano, etéreo, plano y dúctil.”
Es cierto que el espejo, a priori de cualquier consigna, abre la puerta a la seducción de lo misterioso, pero acá la operación es doble: el texto no se presenta como un arranque inesperado de inspiración, una puerta abierta a partir de la especificidad del objeto consignado, sino que lo lúdico da espacio, desde un certero proceso de cognición, a la profundización del texto; “no dice sólo lo que dice, hay mucho más”, podrá decir otro estudiante al leer el texto de su compañero.  
Otra posibilidad que se muestra fructífera para provocar el desparpajo y la creación de nuevos principios, la constituye la escritura de un texto científico sobre un género de seres de los que haya un solo ejemplar o sobre un género que todavía no haya sido considerado como tal, algo que el mismo Alfred Jarry llevó a la práctica en algunos de sus ensayos.  Veamos el siguiente fragmento sobre una especie muy particular:
“Esta especie es llamada comúnmente como ‘la pelusa del ombligo’….No viven en sociedad, son seres ermitaños que no les gusta relacionarse entre ellos ni con otras especies. Su ubicación tan extraordinaria se da por una relación de comensalismo con el ser humano, ya que se alimentan de los restos de comida que a este último se le caen sobre su abdomen…Su tasa de natalidad es muy alta…Son sedentarios, habitan el mismo lugar desde su nacimiento hasta su muerte…Su enemigo natural son los seres humanos con un alto nivel de ego. Estos acostumbran pasar mucho tiempo mirando su ombligo.”
Al igual que Jarry cuando en uno de sus ensayos describe las costumbres de los ahogados, el estudiante, siguiendo la estructura expositiva-explicativa de un texto científico, describe un género que en nuestro mundo no es considerado como tal. Lo que hace a este texto especialmente atractivo es que, montándose y apropiándose de los elementos de la lógica positivista, ensaya una nueva forma de conocimiento, el conocimiento patafísico, que lejos de centrarse en lo general, se aproxima antes bien a lo particular, lo singular y lo excepcional en la naturaleza. Tal conocimiento o ciencia viene a afirmar, como señala Ferrer , “la inevitable diferenciación y superabundancia de cosas y seres y lenguajes únicos en sí mismos, que no es otra cosa que aceptar la capacidad de la naturaleza, de las sociedades y de las gramáticas para crear portentos y para desplazar sus trayectorias.”

A modo de conclusión
Si bien a priori pareciera que el conocimiento, las operaciones intelectuales complejas, lo académico, están en contraposición con lo extraño, lo lúdico, lo irreverente, las producciones resultantes de las consignas trabajadas con los jóvenes estudiantes rompen claramente con esta falsa contradicción.
Como podemos observar, la desautomatización comienza a producirse; la perplejidad abre su espacio a la actitud curiosa, y la curiosidad coquetea rápidamente con la creación. Pero no es solo un gesto de coqueteo el que rescatamos, ni tampoco un mero ejercicio lúdico; antes bien, intentamos que los estudiantes, siguiendo las huellas de Jarry y del Cortázar de los cronopios, indaguen en la realidad, descubran nuevas maneras de mirarla; en una palabra, comiencen a extrañarla y a romper con lo preestablecido. Los textos fuera de género, entonces, promueven esta indagación y, más aún, generan conocimiento en la medida en que los alumnos ven trastocada su lógica, la lógica con la que hasta este momento accedieron a la escritura. A partir de aquí, todo es posible: nuevos temas para narrar, recursos paródicos, hiperbólicos, personajes anclados, como lo enseña Flannery O’Connor , en un mundo con peso y espacialidad. Ahora, la realidad se presenta excepcional y se trata de descubrirla.











Bibliografía

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