El miedo al placer

Prof. Paula Salmoiraghi

Enseñar literatura ha planteado siempre la dificultad de acercarse al más opaco de los discursos a través de la transparencia de la didáctica y enfrentar el discurso del placer con el de la escuela. Daniel Pennac afirma que placer y escuela  son irreconciliables, que "la escuela no puede ser una escuela del placer, el cual presupone una buena dosis de gratuidad (porque) es una fábrica necesaria del saber que requiere esfuerzo" . Creo que la estructura verticalista y autoritaria de la escuela prohibe y castiga el hecho de sensibilizarse; "ablandarse" es perder poder, es "rebajarse" al plano de iguales, al lugar donde la autoridad no requiere miedos, ni amenazas, ni sumisión.
El miedo al placer (no utilizar en el aula ninguna palabra que pueda relacionarse con la sexualidad y el erotismo, arriesgar sólo algún "goce" que se transforma rápidamente es "goce estético" y no sensual) hace del arte, de la literatura como arte, algo desubicado dentro del aula. ¿Cómo leer teatro y poesía sin pasión? ¿Cómo aceptar mundos ficcionales nacidos del arrebato y la locura sin "poner el cuerpo", sin arriesgarse al descontrol propio y ajeno, planteando apenas alguna emoción (pero elevada) o algún tipo de amor (pero filial o sentimental, jamás erótico)? Sin pasión y desborde no hay literatura, la literatura ES desborde y pasión. Se hace imprescindible elegir:  o nos dejamos guiar por los desbordes de la aventura y las pasiones o NO hablamos de literatura sino de lengua o de historia de las letras.
Yo, personalmente, quisiera ser para los estudiantes cuya iniciación en la literatura tengo a mi cargo como la "Gente" del poema de Hamlet Lima Quintana:
 
"Hay gente que con sólo decir una palabra
Enciende  la ilusión  y los rosales;
Que  con sólo sonreír  entre  los ojos
Nos invita a viajar por otras zonas,
Nos hace recorrer toda la magia.
 
Hay gente que con sólo dar la mano
Rompe la soledad, pone la mesa,
Sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
Que con sólo empuñar una guitarra
Hace una sinfonía de entrecasa.
 
Hay gente que con sólo abrir la boca
Llega a todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
Hace cantar el vino en las tinajas
Y se queda después,  como si nada.
 
Y uno se va de novio con la vida
Desterrando una muerte solitaria
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria."

Así me gustaría ser como profesora de Literatura, así me gustaría ser recibida y festejada por mis estudiantes, que así fueran todos los docentes que he tenido y tendré durante mi vida. ¿Por qué nos falta la alegría y la pasión si hemos tocado el paraíso de la ficción literaria? ¿Por qué no festejamos, dentro y fuera del aula, los placeres que la lectura nos otorga? ¿Por qué, al pararnos delante del pizarrón, olvidamos el temblor, la inocencia, la gracia, la dulzura que sentimos ante un personaje, ante una situación maravillosa, ante una descripción iluminada? ¿Es costumbre, es obligación, es vergüenza, es miedo? ¿Qué nos hace caer, porque realmente es una caída, una pérdida, una expulsión del paraíso, en la comprobación de lectura, en la prueba escrita, en la lección oral, en la búsqueda policíaca del niño que no ha leído, del que ha leído la mitad, del que se salteó capítulos, del que leyó el inicio y el final, de aquel al que "se lo contaron" y nos vende una narración espantosamente pobre de aquello que debía brillar en sus labios?
¿Cómo hacemos para respetar en el aula los derechos del lector que plantea Daniel Pennac? ¿Cómo coordinar nuestra obligación de enseñar y evaluar con el derecho a no leer, el derecho a saltearse páginas, a no terminar un libro, a releer, a leer cualquier cosa, a leer en cualquier parte, a picotear? ¿Cómo hacemos para hacernos cargo de que "a nadie se le ha otorgado poder para pedirnos cuentas sobre la intimidad"  de la lectura y debemos respetar el Derecho a callar?
¿Cómo hacemos para  ser como esa chica que Pennac toma como ejemplo en su párrafo sobre el Derecho a leer en voz alta, esa que dice que lee en voz alta "para maravillarse", porque "las palabras pronunciadas se lanzaban a existir fuera de mí, vivían de verdad. Y además porque me parecía que esto era un acto de amor. Que era el amor mismo."? Creo con ella que "el amor al libro pasa por el amor a secas" y la amo cuando cuenta que "acostaba a (sus) muñecas en la cama y les leía" y que "a veces (se) dormía a sus pies, sobre la alfombra."
Y mi derecho preferido: el derecho al bovarismo: ¿cómo sembrarlo entre nuestros estudiantes, cómo hacer que se respete nuestro propio bovarismo entre colegas y autoridades? Trabajo con adolescentes y las palabras de Pennac en este sentido son irreemplazables: " A grandes rasgos, el bovarismo es esa satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación se inflama, los nervios vibran, el corazón se acelera, la adrenalina salta, la identificación opera en todas direcciones, y el cerebro confunde (por un momento) el gato de lo cotidiano con la liebre de lo novelesco...Para todos es nuestro primer estado de lectura. Delicioso.(...) Forzar ( a un lector) en esta etapa es alejarnos de él, renegando de nuestra propia adolescencia. Es prudente reconciliarnos con nuestra adolescencia; odiar, despreciar, negar o simplemente olvidar al adolescente que fuimos es en sí misma una actitud adolescente, una concepción de la adolescencia como una enfermedad mortal.
De allí la necesidad de que recordemos nuestras primeras emociones como lectores y de que le levantemos un pequeño altar a nuestras viejas lecturas, incluyendo las más “tontas”. Desempeñan ellas un papel inestimable: emocionarnos por lo que fuimos al tiempo que nos hace reír de lo que nos emocionaba. Los jóvenes que comparten nuestra vida sin duda alguna ganarán con ello en respeto y en ternura." 
Miren, si no, cómo explica Jacqueline Balcells su interés en la lectura: ”Porque era fea, leía “La bella durmiente”; porque era hija única, leía “Mujercitas”, porque era una hija descariñada, leía “Jane Eyre”, porque era timorata leía “Tom Sawyer”, porque era cobarde leía “Los tres mosqueteros”, porque pasaba en cama enferma leía a Verne, porque le tenía miedo al mar leía a Sandokan, porque vivía entre cuatro paredes de cemento leía “Los viajes de Gulliver”, porque le tenía terror al diablo, leía la vida de los santos, porque era deforme, leía “Papelucho”, porque era enclenque leía “Las zapatillas rojas”, porque era tonta leía los cuentos policiales, porque era floja, leía “Los trabajos de Hércules”, porque era friolenta leía “El libro de las tierras Vírgenes”, porque tenía el cabello negro leía “Ricitos de oro”, porque desconfiaba de los mayores, leía “Papaíto piernas largas”, porque no estaba enamorada de nadie leía poemas, porque no era amada por nadie leía poemas, porque pasaba aburrida leía “Alicia en el país de las maravillas”, porque no había nacido reina leía “Los caballeros del rey Arturo”, porque era egoísta leía “David Coperfield”, porque era vanidosa leía “La Cenicienta”, porque no era feliz leía “El gran Meaulnes”, porque era mentirosa leía “Pinocho”.
Creo, con Daniel Pennac, que la escuela como institución y placer lector son irreconciliables. Pero que nosotros, individualmente, de persona a persona, podemos saltarnos algunas reglas, guiñar un poquito el ojo, bajar un poco la guardia y pasar a los chicos y chicas eso que nos fue dado, ese fuego al que llegamos de alguna manera, pasarlo como un testimonio, como un legado, pasarlo por debajo de la mesa si es necesario o por encima de las prohibiciones, las planificaciones y las calificaciones, pasarlo de corazón a corazón, de cuerpo a cuerpo, de inconsciente a inconsciente, de vida a vida.
Creo, con Michel Foucault, que el placer, cualquier placer, asociado irremisiblemente a la sexualidad, atenta contra el poder establecido y el esquema social que busca productividad y orden. Según este autor el "siglo XVII sería el comienzo de una edad de represión, propia de las sociedades llamadas burguesas, y de la que quizá todavía no estaríamos completamente liberados.  A partir de ese momento, nombrar el sexo se habría tornado más difícil y costoso.  Como si para dominarlo en lo real hubiese sido necesario primero reducirlo en el campo del lenguaje, controlar su libre circulación en el discurso, expulsarlo de lo que se dice y apagar las palabras que lo hacen presente con demasiado vigor.  Y aparentemente esas mismas prohibiciones tendrían miedo de nombrarlo.  Sin tener siquiera que decirlo, el pudor moderno obtendría que no se lo mencione merced al solo juego de prohibiciones que se remiten las unas a las otras: mutismos que imponen el silencio a fuerza de callarse."  Creo que la literatura, como todo arte, es expulsada por la escuela porque se la asocia a los "placeres sin fruto" de que habla Foucault.
Creo que esgrimir el placer como arma didáctica nos hace muy débiles y muy poderosos, débiles si creemos que es necesario defendernos de nuestros estudiantes, que obtendremos algún tipo de violencia de parte de ellos si les mostramos con qué temblamos, con qué nos calentamos, con qué lloramos o reímos; poderosos si, una vez "roto el hielo", una vez entablada esa comunicación realmente pasional, realmente comprometida y caliente, tomamos conciencia de que estamos moviendo montañas, venciendo molinos, haciendo reales las utopías en las que todos creemos.
Ningún maestro o profesor duda a la hora de plantearse como objetivo el placer lector o la lectura por placer. Lo hacemos en teoría, en los papeles, en las planificaciones, pero al entrar al aula, creo que no nos animamos a soltar amarras, a liberar el indio, a pedalear sin cadena, a dejar rodar nuestras cabezas por el fango, a sucumbir al descontrol y al desenfreno que, en el fondo ¿qué son? Eso, eso mismo: "des-control", algo sin controlar, y "des-enfreno", algo sin frenar. Sin control y sin freno sólo hay libertad y la gente libre, los hombres y mujeres libres, los chicos y chicas libres no correrán a incendiar la ciudad, ni a matar a nuestros hijos ni a derrumbar la escuela: las personas libres serán sólo eso: personas libres, que disfrutarán de sus vidas en vez de sufrirlas, que estarán alegres en vez de quejarse, que harán amigos en vez de herir, que vivirán en armonía y con placer. Esa es mi meta y sé que eso puede darle la literatura a quienes dependen de mí para entrar en ella.





BIBLIOGRAFÍA

Pennac, Daniel. Como una novela. Ed. Norma. Bs As 1993.
Lima Quintana, Hamlet. "Gente". En La breve palabra. Ediciones del Valle - 1998 - Bs.As.
Balcells, Jacqueline: “Cómo me convertí en lectora". Foro de la revista Imaginaria. www.imaginaria.com.ar
Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. Siglo XXI. Madrid.