Ficción y realidad: cuando las líneas se confunden

Nancy Edith Sad, Universidad Nacional de La Pampa
Sandra Mónica Sombra Universidad Nacional de La Pampa


“En cada  línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna,  de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación... El Premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”
                                                                            Fragmento de  La soledad de América  Latina,                                                                pronunciado por  Gabriel García Márquez, al recibir el Premio Nobel. 1982.



Quien  escribe lo hace para alguien, como lo expresa Umberto Eco, en Cómo escribo; es decir que presupone la existencia de un lector, con quien entabla un diálogo, mediante el establecimiento de ciertos códigos aceptados de antemano. El presupuesto básico de esta relación es el pacto de ficcionalidad, al que luego se sumarán otros tales como el descubrimiento de aspectos relativos a la intertextualidad, informaciones históricas, creencias  y expectativas que el propio texto pone en funcionamiento. El lector entonces, es quien construye su propio texto o re-construye el original, a través de las pistas o indicios que quien lo imaginó, diseminó por el escrito.
Cabe detenerse en el concepto de Umberto Eco, referido al pacto que se establece entre autor y lector. Expresa: “La regla fundamental para abordar un texto narrativo es que el lector acepte, tácitamente, un  pacto ficcional con el autor, lo que Coleridge llamaba ‘la suspensión de la incredulidad’. El lector tiene que saber que lo que se cuenta es una historia imaginaria, sin por ello pensar que el autor está diciendo una mentira. Sencillamente, como ha dicho Searle, el autor finge  que hace una afirmación verdadera. Nosotros aceptamos el pacto ficcional y fingimos que lo que nos cuenta ha acaecido de verdad”.
Por otra parte, y tal como lo señala el autor al citar a Jenks, existen dos tipos de lectores: aquel que entrenado en el universo de la literatura “entiende significados arquitectónicos específicos”, y el que, dedicado e interesado por otras cosas,  acepta el contenido del texto en su conjunto, pero como no está acostumbrado a seguir los hilos ocultos, pierde sus referencias.
Es útil recordar que el texto adquiere vida propia, se independiza del autor y es recepcionado de diferentes maneras. Eco, en Sobre literatura, ha señalado que “... no es el autor, sino el texto el que privilegia al lector intratextual sobre el ingenuo (...) pero no puede haber lectura snob de un  texto con ironía intertextual que ignore su elemento dialógico”. De este modo, la ironía intertextual privilegia un tipo de lector sobre otro, pero no excluye a ninguno. Cuanto más vasto sea el universo de lectura, la “biblioteca” que porta el lector, más elementos ocultos descubrirá en el texto. En tanto, quien no capte todas las reminiscencias tiene dos caminos: seguir la historia, o bien ocuparse en buscar o hallar su sentido.
Cada lector, entonces, “paladea el texto” a su manera. “El lector informado ‘caza’ la referencia” y de ese modo goza del mensaje, del acto creador. En tanto que el lector no entrenado entiende la idea macro, aunque quizá no pueda alcanzar todos los indicios desplegados, atar todos los hilos sueltos y encontrar la significación del mensaje “escondido”.
 Con el siguiente ejemplo didáctico proponemos  verificar cómo se establece la relación entre autor y lector, en el prólogo de la novela Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez, publicada en el año 1970.
Como señala  Luis González Nieto en Teoría Lingüística y Enseñanza de la Lengua, “El arte del profesor consiste en dar a cada momento las claves que necesita el alumno para una adecuada interpretación de los textos. El profesor la encontrará en todas las aportaciones de la lingüística y de los estudios literarios, que no son un fin, sino un medio, una herramienta que habrá que elegir en cada caso…”. La tarea, entonces, es ir recorriendo el texto, a fin de que los alumnos descubran esas claves ocultas, desentrañen la relación autor-lector y así resignifiquen  la historia, más allá de lo argumental.
La relación dialógica autor-lector comienza en el prólogo. Desde el título mismo  se muestra la  necesidad de encontrar un sentido en la ambigüedad. Se denomina La historia de esta historia. Debe advertirse ya el juego entre hechos reales y ficción: la repetición de la palabra historia señala, por un lado, la historia como hecho objetivo, y por otro, la historia como parte del hecho literario, la narración creativa, que surge como consecuencia de un acontecimiento de existencia verdadera.
 Asimismo, es interesante destacar que tanto en esta novela como en otras, el autor firma el prólogo. Este es un indicio más de que García Márquez está a la búsqueda de un lector modelo, con quien comparte el hecho creador desde una posición ambivalente: ficción y realidad, elementos  que se fusionan, de tal manera que el lector “debe esforzarse” para reconocer cuáles son sus límites.
Vinculado a ello, podemos señalar que se repiten en el prólogo las palabras: reconstrucción y verdad, pilares que sustentan la construcción del texto en base a  este juego entre invención y verdad.
Así, el texto comienza con una precisión temporal: la fecha en que el “hecho pasó”. A ello le sigue la respuesta  a las preguntas básicas que estructuran una noticia periodística, aspecto éste que en el análisis del lenguaje periodístico se denomina “ilusión de objetividad”. He aquí el primer elemento para invitar al lector a recorrer ese ambiente de “realidad”.  Vemos, al avanzar  la narración,  que se reiteran aun más una serie de circunstancias que contribuyen a “confundir” al lector: la existencia de la dictadura militar de Rojas Pinilla en Colombia, un diario del que García Márquez era periodista: el “Espectador” de Bogotá, y el nombre de sus superiores; la ubicación espacial, y  la necesidad del exilio como consecuencia de la persecución de que fuera objeto, el uso de la primera persona, las sesiones en que el “personaje” le contó la historia, que finalmente fue un “relato compacto y verídico de sus diez días en el mar”, entre otros.  Es decir, que desde el comienzo se apela a diferentes estrategias para mantener latente en el lector cierta duda respecto de la veracidad de los hechos narrados.
Paralelamente a estos ejemplos que representan aspectos relacionados con la “verdad” –y que se relacionan con el establecimiento de un pacto de verosimilitud-, la mirada estará destinada a observar los indicios que posibilitan entrever  que el  autor entreteje los matices esencialmente literarios. Apenas escribe “la noticia”,  refiere que su función será la de “reconstruir” el relato de un “héroe” que se alquilaba para “contar” su historia.  Refuerza esta idea de re-narración la apreciación de que lo que Velasco venía a decir era un “cuento”, en el sentido literario, es decir que el personaje toma cuerpo y es instrumento de la inspiración literaria. También potencia la idea de ficción el acuerdo al que arriba  el autor y el náufrago, con  respecto a la elección de la posición del narrador de la historia: la primera persona.
Expresiones como: “el cuento había sido contado a pedazos...”,  “...aquel muchacho... tenía un instinto excepcional del arte de narrar” y “... estaba claro que el relato, como el destructor, llevaba amarrada una carga política y moral que no habíamos previsto”,  son un marcado ejemplo de cómo se cuela la ficción.
 Pero además, el autor propone no sólo un lector, sino también una concepción de la literatura. Frente a la historia “refrita, manoseada y pervertida” del periodismo, que traía consigo Velasco, prefiere una historia escrita de una sola vez, con características diferentes: una historia que al mismo tiempo sea consagrada o legitimada por los lectores, ávidos de literatura –el lector semiótico o de segundo nivel, según Umberto Eco- tanto como por el “lector popular”, que también gusta de una experiencia más laboriosa de lectura, conforme lo señala el autor citado.
Respecto de esta conceptualización del hecho literario, también será necesario “espiar” el texto, para  poder desentrañar  que el prólogo trae consigo una diferenciación entre literatura oral y literatura escrita.  La primera, con todas las posibilidades de pervivencia en la memoria   del pueblo, pero que puede ser modificada  y en consecuencia, si se desea, pervertida. En tanto, la literatura escrita -práctica moderna de arte que muy bien conoce el autor-, si bien admite alguna modificación en otras ediciones, esencialmente es la misma. El valor de la escritura en la cultura moderna es lo que prima: Velasco elige que los hechos queden escritos, y que esos hechos escritos sean “la verdad”, su verdad frente a la del gobierno, historia que literaturiza el autor del prólogo, y marcan una delgada línea entre ficción y realidad. 
Por otra parte, para un lector adiestrado en los vericuetos de la literatura,  el prólogo se constituye, según la teoría bajtiniana, en la viva muestra de que la literatura es un género discursivo secundario, por lo tanto complejo, que absorbe otros discursos  presentes en la sociedad.  Ya en el prólogo que analizamos se incorporan la noticia, el comunicado, la referencia al folletín, al discurso de los medios de comunicación –publicidad, televisión, radio y periódicos- , y el cuento. También se señala a la imagen como parte de los discursos,  y su influencia para consagrar “la verdad”. 
Así, un nuevo “guiño” al lector se ofrece en el momento en que relata lo que sucedió con la venta del periódico: “Cuando se publicó la verdad habría sido una trastada política impedir que se continuara la serie (...) había frente al edificio una rebatiña de lectores  que compraban los números atrasados para conservar la colección completa”. Precisamente en esas publicaciones la narración se acompañaba de fotografías, con sus correspondientes epígrafes, que legitimaban “la certificación de la verdad”. Es decir, que Gabriel García Márquez es muy consciente de los recursos propios del periodismo que le permiten jugar con la dicotomía “ficción-realidad” que le imprime a todo el texto.
Además, el hecho de señalar la existencia de una “rebatiña de lectores que...” ejemplifica la expectativa presente en todo lector, y  como el autor es conocedor de ella, debe agotar todos los recursos a su alcance para satisfacerlo: “Era tan minucioso y apasionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera”. Unas líneas más adelante se hace mención a que este precepto se concretó, por cuanto “Una semana después de publicado en episodios, apareció el relato completo en un suplemento especial, ilustrado con las fotos compradas a los marineros”. La aparición en forma de libro, definitivamente selló la existencia de la historia. 
Como señala Lisa Block de Behar “Buscando la verdad en el texto, el lector se `propone una operación etimológica sin saberlo... intenta encontrar la verdad en las palabras...”. Refiere que en la lectura  “...la verdad es una relación intelectual que establece coherencia entre la representación que concibe... el lector, y la representación que la obra propone indefinidamente...”. Es decir, que en la obra literaria la verdad  no es sólo una versión, sino más de una versión, tantas como lectores haya, o sea que se convierte en una multiplicidad de versiones. Así, en el texto que hoy analizamos existe una versión: la primicia que el periodista va a buscar, pero esa noticia se bifurca en  una serie de caminos que atraviesa la ficción. Además, no hay una única “verdad”, pues el  hecho que da origen a la historia es múltiple, porque no se puede ignorar que consigo trae todo su contexto, su pasado y su imposición en el presente, su ideología, su génesis. En este caso particular, el autor fue en busca de una noticia,  pero encontró la ficción, ficción que en el texto aparece en permanente estado de “confusión”, como forma de invitar al lector a dar sentido a los silencios, a descubrir hipótesis, a encontrar los flacos pasadizos existentes en la frontera que separa la “objetividad”, del hecho literario. 
El prólogo es una especie de síntesis de la novela. La misma concepción literaria que  subyace en el prólogo, se abre como un abanico en la novela, y de este modo se cierra un círculo: prólogo, desarrollo capitular y desenlace, ya fueron mostrados.                        
El reconocimiento de los recursos retóricos utilizados en el texto le permiten a García Márquez decir al hombre: su contexto, su gente, su problemática, su ideología. En el mundo de la literatura, en el que por momentos se borran las estrechas huellas que separan ficción y realidad, y en otros se alejan inconmensurablemente, el autor dibuja a su lector, lo orienta, lo dirige en la búsqueda de los resquicios ocultos, para que cree nuevamente el texto.  También  el docente tiene una función: dar claves de interpretación para que, a través del discurso literario, los alumnos no sólo amplíen los saberes textuales, expresivos y la multiplicidad de intenciones presentes, sino también para que amplíen el mundo de los significados,  que son los que se erigen, definitivamente, en claves de interpretación de la cultura.           

BIBLIOGRAFÍA:

BLOCK de BEHAR, Lisa. Una retórica del silencio. Selección bibliográfica.
BLOCK de BEHAR, Lisa. Al margen de Borges. México; Buenos Aires: Siglo XXI, 1997.
ECO, Umberto. Sobre literatura. Barcelona,  R q R, 2002.
ECO, Umberto. Seis paseos por los bosques narrativos. Barcelona. Lumen, 1996.
ECO, Humberto. Lector in fabula.  Barcelona. Lumen, 1981.
    GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Relato de un náufrago. Buenos Aires, Sudamericana, 1995.
     GONZÁLEZ NIETO, Luis, Teoría Lingüística y Enseñanza de la Lengua ( Lingüística para profesores). Ed. Cátedra, Madrid. 2001.