La poesía en la escuela: un género de las orillas pensado como protagonista

Prof. Johanna L. Tonini   

A la hora de planificar qué y cómo vamos a enseñar literatura, los docentes de esta área nos vemos en la difícil tarea de juzgar, cual dioses de un olimpo literario, cuáles son los géneros de fundamental tratamiento. Comúnmente, nos urge enseñar aquellos contenidos “centrales”, relegando así a los géneros menos convencionales, aquí denominados raros y malditos.
Es improbable que algún profesor de literatura deje de lado el cuento fantástico o el policial de enigma, pero difícilmente le otorgue un lugar privilegiado en su currículum a la poesía. Las razones de esta “discriminación impiadosa” que solemos cometer son diversas: están quienes consideran que la poesía es un género menor del que cualquier alumno puede prescindir; otros, sin embargo, la creen demasiado enmarañada como para arribarla y no “se le animan”. En último lugar, estamos los que queremos y no sabemos bien cómo. Tímidamente la miramos de reojo, pero convencidos de que vale la pena “apostarle unas fichas”.
Es por estas razones (o mejor dicho excusas) que considero que el lírico es un género de las orillas, siempre alejado del centro, siempre postergado y destinado al último lugar en la cola.
En el intento de “limpiar el nombre” de esta rara avis y echar por tierra el temor contenido, me propuse enseñarlo desde otro lugar, generando nuevos espacios de acercamiento en los que los alumnos se apropiaran de la lírica en dos procesos complementarios: la lectura y la escritura. Como era de esperar, la sola intención de hacerlo vino acompañada del primer interrogante; inmediatamente me pregunté si acaso la poesía es un género “enseñable”, si es útil o necesario ahondar en los laberintos de la versificación. Si acaso la anáfora, la hipérbole o el retruécano son recursos estilísticos que reflejan el hondo sentimiento transmitido en un poema; o si simple y grandiosamente la poesía podía ser yo, o cualquiera de los alumnos, o tú, como diría Bécquer.
Todo comenzó cuando me planteé cómo enseñarla en el último año del nivel Polimodal; de antemano, tenía la clara intención de otorgarle un lugar fundamental a esta variedad literaria tan injustamente postergada. El objetivo era generar en los alumnos un contacto profundo, de carácter puramente movilizador, en el que se relacionaran con el contenido de la lírica antes que con su “envoltorio”.
El primer tramo de esta experiencia se gestó de manera muy particular; la puerta de acceso, el puente de llegada a la poesía fue, insólitamente, un género mucho menos raro: el cuento. En las semanas previas a la “irrupción poética” en el aula, habíamos estado realizando junto a los alumnos la lectura completa de los cuentos que integran el libro Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar.
Uno de los textos que compone esta obra es el cuento “Reunión” en el cual se narra la difícil estadía de Ernesto “Che” Guevara en la Sierra Maestra. Como esta temática era ideológicamente significativa para el autor y encontraba fundamentación y cauce en la comprometida actividad que practicaba, me pareció oportuno entonces articular la lectura de este cuento con otros géneros desarrollados por el mismo Cortázar: el epistolar y el lírico. Por lo tanto, leímos la carta que el escritor envió pocos días después de la muerte de Guevara a Roberto Fernández Retamar, el poeta cubano y director de la revista Casa de las Américas.
En la misiva, Cortázar expresa con agudas palabras el profundo dolor que siente por el fallecimiento del “Che”:
Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible.

Paradójicamente para los alumnos, nos encontrábamos leyendo la confesión de un escritor acerca de su imposibilidad para escribir en momentos de tan honda tristeza. No obstante, Cortázar adjunta un poema de su autoría titulado “Che”, producción que él mismo define en la carta como “lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas”. Nuevamente aquí el autor trasmite su angustia:
Yo tuve un hermano.

No nos vimos nunca
pero no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.

Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.

Estas dos expresiones literarias, ambas colmadas de gran conmoción, provocaron un fuerte extrañamiento en los alumnos. ¿Acaso podía un escritor que se reconocía incapacitado para escribir transmitir tales sensaciones y en forma tan sentida y convincente? ¿Acaso había en él una angustia tal que fluía desde adentro como “dictándole las palabras”?
Poco a poco, comenzamos a percibir que la poesía empezaba a tener otro peso, un peso rotundo, que hasta nuestra aula en un tarde de un viernes cualquiera se había colmado de esa sensación cortazariana de angustia. La poesía tomaba ahora un protagonismo y un significado mucho mayor al del cuento y al de la carta. Dieciocho versos lograban transmitir mucho más que quince hojas. El acertijo era saber porqué.
Como siguiente actividad y para recuperarnos de la conmoción producida por este “impacto poético” que no encontraba razón, les propuse a los chicos que para la otra clase cada uno buscara y trajera algún poema para compartirlo con sus compañeros. En el encuentro posterior se ubicaron en ronda y leyeron una por una las poesías que habían buscado. La dinámica resultó muy placentera, ya que los alumnos fácilmente se hacían eco de lo que creían que se transmitía en la poesía. De manera muy graciosa, los más extrovertidos impostaban sus voces, suspiraban o fingían pequeños lagrimeos al leer; las chicas, por su parte, “morían de amor” con los poemas de Neruda.
Una vez realizada la primera lectura, el paso siguiente fue intercambiar hojas, releer y pensar (o sentir) qué era para ellos lo que transmitía cada uno de los poetas. El propósito era interpretar el sentimiento, hacerse eco de las sensaciones captando su valor y relevancia. No se pretendía la decodificación palabra por palabra en busca de un sentido o un tema,  había que dejarse llevar, entrar en una suerte de “transferencia” en la que pudiéramos percibir lo fundamental: el sentir de los autores.
El proceso conformó un trabajo de exploración muy arduo, ciertos alumnos se quejaban, algunos se resistían a buscar y otros encontraban demasiado. En fin, de a poco iban dándose cuenta de que buenas o malas, mejores o peores, la poesía siempre generaba efectos, opiniones e ideas.
La actividad que continuó la dinámica de clase fue reflexionar acerca de la búsqueda realizada anteriormente y escribir un cadáver exquisito en forma colectiva a partir de alguno de los sentimientos identificados en el proceso previo. La idea era comenzar a transitar un camino de producción escrita con diversos ejercicios grupales que terminara en la escritura individual.
El curso se dividió en dos grupos y antes de comenzar los integrantes acordaron la temática que se desarrollaría en cada producción. Un grupo eligió tratar el tema de la muerte y el otro, el de la tristeza. (Cualquier semejanza con el poema de Cortázar es pura coincidencia).
La confección de esta especie de “Frankestein”, tal como lo definió uno de los alumnos, los ponía un tanto nerviosos: tenían dudas, se apuraban entre sí, competían con el resto y se desafiaban a escribir el mejor verso. El resultado fue sorprendente  y terminó con aplausos rotundos. Una de las poesías es la siguiente, titulada “La muerte”:
Ella es temida y a veces también buscada,
nunca volverá.
La vida a veces se transforma en un infierno
lo natural se vuelve perverso.

Seis pies bajo tierra una joven ve el final
lo que ella menos espera algún día ha de llegar.

Cuando sepa que pasará por delante de mis ojos,
ya estaré dormida.

Como era de esperar, en la poesía podían encontrarse varios errores de concordancia y coherencia, pero se manifestaba claramente que en todos los versos se había intentado transmitir el sentimiento acordado previamente. Paulatinamente, los alumnos notaban que la poesía, esa misma que hacía apenas un par de clases atrás les había dicho muchas cosas acerca del dolor de un hombre, ahora podía ser exteriorizada por ellos mismos. Con esta creación propia la respuesta al acertijo empezaba a develarse.
Siendo fiel al claro propósito de gestar un espacio de expresión diferente, continué dando consignas de producción lírica grupal extraídas de diversos libros de taller de escritura. En el desarrollo de una de ellas se autogestó lo que una alumna dio en llamar “poesías de bajo presupuesto”, claro está que el curso adhirió a la brevedad a esta novedosa técnica. La misma consistía en escribir impulsiva y graciosamente acerca de algún tema disparatado, la condición sine qua non era hacer rimar la mayor cantidad de sílabas al final de cada verso. Como resultado de esta dinámica “anti- presupuestaria”, expongo los párrafos de una poesía en la cual los alumnos describen una naranja sin revelar de qué se trata:
Es redonda, redonda
con superficie muy honda.

Es rica, rica como la Fanta
pero si la pisas de noche te espanta.

Es deliciosa por mañanas, tarde o noche
pero más deliciosa cuando la mezclas
con tequila o vodka por las noches.

Tienes cara de monito
cuando pones en tu boca sus gajitos.

Es el mejor laxante
para mi constipación constante.

Gracias al cielo
también viene en sabor de caramelo
ya que a mí no me gusta el pomelo.

Afortunadamente, luego de producir tales poesías, los chicos mostraban unas fuertes ganas de seguir escribiendo. Finalmente se sentían capaces de transmitir “algo”, reconocían que el hecho de escuchar unos pocos versos podía generar una empatía parecida a la risa o también a la tristeza. Eran pasibles de emocionarse y, a la vez, de provocar sentimientos.
Las actividades de la instancia final, que dieron cierre a la experiencia, constituyeron un seguimiento personalizado de los procesos productivos de escritura individual de poesía. El ideal era la producción de poesías más logradas, esencialmente más profundas. El transcurso de la creación se dio en forma casi artesanal, equilibrando con especial reparo lo que se quería transmitir con lo que efectivamente se escribía; pretendiendo, tal como lo dijera Cortázar en su carta, entender la escritura como un refugio.
A continuación, unos párrafos escritos por un alumno:
Rosas salvajes crecen
el amor se ha ido,
rosas salvajes crecen
no puedo escapar de mi destino.

El primer día
mi alma comenzará a desgarrarse
será por el dolor que dejaste
el día que te marchaste.

En mí reinará la soledad,
las emociones una a una se irán,
mi piel, fría se encontrará. [...]

Así el segundo día llegará.

Golpeando la puerta está la muerte
quien me ha venido a buscar.

Propósito alguno para vivir
propósito alguno no hay.

Rosas salvajes crecen
el amor se ha ido,
rosas salvajes crecen
no puedo escapar de mi destino.

Paradójicamente, el camino había comenzado con el cuento llamado “Reunión”, encontrándome frente a este tipo de producciones me pregunté si acaso esto no era una reunión con algunos de los sentimientos más esenciales de un ser humano.
En este trabajo he intentado brindar una posibilidad diferente de aproximación al género lírico, el camino ha incluido la lectura exhaustiva y la producción continua. Dentro de este proceso han aparecido ciertos contenidos que no encuentran compendio dentro del currículum, porque tal vez no puedan ser enseñados o aprendidos, sino simplemente percibidos, sentidos como propios.
En conclusión, y por todo lo expuesto anteriormente, creo que la poesía es un género que merece ser trasladado desde las orillas hasta el centro del aula, ser considerado un componente esencial del currículum de cualquier docente de literatura. Justamente, porque tiene que ver con nosotros mismos, porque en ella es posible hallar una gran consumación de nuestro ser, la posibilidad de reconocernos como personas vulnerables, de encontrar el punto de fuga en el cual la literatura se une con los sentimientos más profundos.
Estas emociones no conocen tiempo ni espacio ya que, como diría Bécquer:
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!


Bibliografía
         Bécquer, Gustavo Adolfo. Rimas. Barcelona: Editorial Bruguera, 1967.
         Casa de las Américas: edición dedicada a Julio Cortázar. Buenos Aires: Nuestra América, 2004.