Nosotras, presas políticas

Un proceso de escritura de una obra testimonial

Viviana Beguán – Silvia Echarte


Creemos que en estas líneas sólo alcanzaremos a esbozar, en parte,  el trabajo realizado para la concreción de nuestro libro. Cada uno de los temas que recorren sus páginas encierra un sinfín de anécdotas, vivencias, ideas, participaciones, elaboraciones, discusiones. No obstante expondremos algunos temas en la perspectiva de acercarnos a una elaboración, no sólo del contenido del libro sino de cómo fue hecho, es decir, del proceso de escritura.
Nuestro libro, Nosotras, presas políticas, es una obra colectiva que comenzó hace siete años a partir de una idea de Mariana Crespo, nuestra querida compañera. Un proyecto que nos convocó entrado el año 1999. Un deseo: contar nuestra experiencia como presas políticas entre los años 1974 y 1983. La vida cotidiana de un conjunto de detenidas en la Cárcel de Villa Devoto donde, por decisión de los militares, fuimos concentradas casi 1200 mujeres, trasladadas desde distintas cárceles del país. Un objetivo: contar nuestra resistencia, desde ese lugar, a los planes de aniquilamiento de la peor dictadura de nuestra historia.
Una decisión: dar testimonio.
Mariana decía en ese momento: “Suponemos que en el marco de la recuperación de la memoria acerca de lo sucedido en los años 70, en la que vastos sectores sociales están comprometidos, un libro como éste puede despertar (sobre todo en las nuevas generaciones) no sólo curiosidad, sino un interés para profundizar e investigar. El libro podrá, en sí mismo, ser una herramienta de trabajo en colegios, comunidades barriales, grupos de mujeres, organismos, etc.”
La idea inicial fue tomar como principal testimonio las cartas que enviábamos a nuestras familias, que documentan cómo vivíamos y qué sentíamos en ese preciso momento, y darles un marco narrativo, histórico.
Con esas ideas nos reunimos por primera vez en octubre de ese año  cien compañeras
dispuestas a colaborar. Y algunas llevaron ya a esa reunión varias de sus cartas, cuadernos carcelarios y dibujos. Empezaban los reencuentros y la alegría de volver a tener un proyecto común después de tantos años.
Mariana conformó un primer equipo de trabajo, integrado por un grupo de antropólogos y estudiantes de antropología y dos de nosotras. Y se organizaron las primeras tareas: recolección y clasificación de las cartas; reuniones de las que llamaríamos “las creativas”, para ir trabajando los aspectos literarios; la gestión de un subsidio para hacer frente a los gastos que esto demandaría, aunque el trabajo se realizaría en forma voluntaria; y se programó una reunión de las llamadas “las memoriosas”, para que con sus recuerdos se pudiera hacer un relato cronológico.
Esta reunión se concretó en noviembre, y se grabaron los recuerdos para que luego se fueran sumando otros. Empezábamos a construir nuestra memoria colectiva.
El 1ro de enero del 2000 murió Mariana…, y empezamos a extrañar al “caballo loco”, como le decíamos cariñosamente. Hubo que acomodarse a un equipo sin ella. Y también al descalabro económico y social de esos años que afectó a cada una de nosotras.
Entrado el 2001, el equipo coordinador se reforzó con algunas otras voluntades.
Esta nueva etapa fue, sin duda, de acumulación de material y lectura de los mismos.
Se había realizado la reunión de “las creativas” y elaborado un punteo con los ejes que se tomarían para fichar las cartas: relación con nuestra familia, con nuestros hijos, anhelos desde la cárcel, hechos que dieran cuenta de la política de aniquilamiento implementada y nuestra resistencia. Y esto inmediatamente abrió interrogantes: ¿cómo serán incorporadas las cartas?, ¿serán fragmentos que acompañen el relato?, ¿será la carta entera? Y luego de un intercambio de opiniones se decidió que las cartas serían publicadas íntegramente, como documento histórico que, por sí mismas, expresaran nuestra vida en la cárcel.
Hubo entonces que completar las cartas fichadas y organizar su transcripción de manera diferente.
En esta etapa se recolectaron 2400 cartas entregadas por cien compañeras, además de poemas escritos en esos años, dibujos, y cuadernos que teníamos en la cárcel donde escribíamos poemas, canciones o extractos de libros estudiados, y hasta fotos familiares.
Por otro lado, los recuerdos de “las memoriosas” fueron valiosos pero insuficientes porque, como dice Paul Steinberg – un sobreviviente de Auschwitz - :“Nuestra memoria es dulce, benéfica, crea zonas vagas, borra aquí y allá”. Por lo que hubo que tomar cada comentario: “me parece que fue en el 76 o 77, por ahí” o “yo estaba en el primer piso así que debe ser por mayo del 77”. Y entonces las cartas se convirtieron en material de consulta para rastrear datos y fechas.
Así se fue armando un borrador, año a año, con los hechos de “adentro”, apoyados con Decretos y Reglamentos Carcelarios y la Ley de Seguridad Nacional, vigentes en ese entonces. Más ponencias y tesis ofrecidas por sus autoras, y algunos textos transcriptos y otros originales de las denuncias que sacábamos de la cárcel hacia el exterior del país y que volvieron, en este tiempo, a nuestras manos.
Se agregaron también testimonios individuales o grupales que narraban cómo era la vida en las distintas cárceles del país en momentos previos a la concentración en Villa Devoto, para poder contar y “dar vida” a los grupos y sus experiencias, que luego fueron la base de nuestra convivencia.
Al mismo tiempo se fue trabajando en una cronología de los hechos de “afuera”, hechos políticos, económicos y sociales más relevantes, extraídos de libros y diarios de la época. Aquí es necesario hacer una digresión: cuando empezaba el 2000 no había en las librerías del país la cuantiosa bibliografía que hoy existe sobre la década del 70, y por otro lado, el buscador Google recién empezaba a conocerse por internet, por lo cual toda la recopilación del material implicó, horas de búsqueda en archivos de diarios o de organismos de derechos humanos, lectura de análisis políticos del momento, selección, armado y ordenamiento año por año. Este gran trabajo nos permitió, entre otras cosas, enterarnos de hechos que desconocíamos debido al aislamiento en que nosotras estábamos mientras sucedían.
Hubo, entonces, una primera organización de todo el material acumulado. El libro tendría 9 capítulos, uno por cada año. El “afuera” encabezaría cada capítulo y los testimonios lo cerrarían. Faltaba definir cómo sería el relato de “adentro” y qué lugar ocuparían las cartas.
En ese momento comenzó una discusión dentro del equipo de trabajo sobre cómo y qué contar de nuestra vida en la cárcel. ¿En qué persona gramatical (ellas, las presas o nosotras, las presas)? ¿Cómo debían narrarse las políticas de los militares hacia nosotras?, y ¿ cómo nuestra resistencia?
Ese equipo no sobrevivió a la discusión. Y en un mail enviado por Viviana se explicaba a todas las compañeras que eran ya parte del libro los motivos de la disolución, y pedía colaboración para continuar.
Seguimos adelante y con ese bagaje de trabajo, de información acumulada, con una idea general de lo que sería el libro, entramos en la última etapa: de mediados del 2004 al 23 de marzo del 2006.
Hasta aquí, el material que habíamos logrado reunir era cuantioso. A las cartas, los testimonios, la información de “afuera” y los recuerdos de “adentro” se sumaban escritos de compañeras sobre aquellos temas que creían importante contar, o que eran los que más recordaban: “la recreación”, “la carcelaria cuisine”, “la peluquería”, “el perrito de paño lenci”, “el juego de las capitanas”, “las visitas”, “la libertad”, y tantos más.  Cada una aportó una parte al trabajo total.
Con la participación de muchas compañeras, Liliana, Silvia, Blanca, Claudia, Tere, las Gracielas, Beatriz, ¡tantas!, se realizó la corrección de las cartas tipeadas y se completó las que faltaban. Se archivaron por año, y se seleccionaron las 500 incorporadas al libro. Fue un trabajo que demandó tiempo, dedicación, y resultó muy “movilizador”, tanto para las compañeras que entregaron sus cartas como para las que tuvieron la tarea de tipearlas. Significó “meterse” en los sentimientos más íntimos expresados en las cartas: las problemáticas familiares, las preocupaciones por los hijos y el desarraigo familiar. A veces había que leerlas con lupa para poder descifrar las letras borroneadas por el tiempo o la humedad o la letra minúscula que hacíamos para que el papel alcanzara para decir todo lo que teníamos para decir.
Luego decidimos que fueran en un CD debido a la cantidad de cartas que teníamos. Entonces Lili aportó su conocimiento técnico y diseñó y diagramó un sistema simple y accesible de consulta de cartas, fotos y documentos.
Por otro lado se trabajó en la corrección gramatical de los testimonios, respetando su contenido.
Pero había que tomar los relatos de “afuera” y de “adentro”. Decidimos que el de “afuera” sería sólo el contexto y que tendría no más de una o dos páginas. Por lo que hubo que volver a seleccionar el material, resumir y escribir un borrador que fue luego corregido varias veces.
Ya se había conformado un nuevo equipo de trabajo, Caty, Blanca, Mirta, Alicia y Viviana, que coordinó las tareas. Caty viviendo en Mar del Plata, Alicia en Los Ángeles y Blanca, Mirta, Viviana en Buenos Aires, así que las charlas, las discusiones y cada corrección demandaron cientos de correos electrónicos y llamadas telefónicas. Al mismo tiempo que se hacían reuniones para distribuir tareas o  hablábamos con compañeras a cualquier hora del día y a cualquier parte del país o del extranjero, para confirmar una fecha o un recuerdo, para preguntarle: ¿te acordás cómo fue?, ¿cuándo fue?
Mientras tanto seguíamos tomando decisiones. Y lo primero fue que al relato de nuestra vida en la cárcel lo haríamos en primera persona del plural: nosotras. Esa decisión (vemos ahora) reforzó el carácter testimonial por estar contado “desde adentro”, como dice Inés Izaguirre en el prólogo. Y también el sentido colectivo, tal como fue nuestra vida en la cárcel.
Este relato, el de nuestra cotidianidad, era fundamental, así lo habíamos decidido. Un relato que enhebrara, además, los testimonios, escritos, los poemas y dibujos. Un relato escrito en “Nosotras”. 
Ya sabíamos entonces qué decir y cómo organizarlo, pero aún teníamos que encontrar un lenguaje apropiado, un estilo apropiado, que queríamos fuese llano para poder expresar nuestras vivencias, sin tener, además, el oficio de escritoras la mayoría del equipo.
Entonces emprendimos la búsqueda, y tuvimos que enfrentar algo difícil para las que pasamos por aquellas situaciones: volver a pasar por ellas, e intentar describirlas.
Y mientras tanto seguíamos discutiendo cómo hacerlo. No queríamos que fuese un texto donde predominara la “denuncia” de lo vivido ni que tuviera un tono “épico”. Sin embargo caíamos en esas dos variantes muy fácilmente. Además, a los primeros escritos les faltaba emoción; todo estaba contado con el mismo nivel de importancia. Contábamos con el mismo “tono” el momento en que nos pusieron locutorios en las visitas y  por muchos años vimos a nuestros hijos y familias a través de un vidrio, o cómo hacíamos gimnasia. Tal vez es porque la memoria es “benéfica” y nos ayuda a borrar las cosas que más nos habían dolido.
Fue un proceso que implicó no sólo la reconstrucción de nuestra propia historia sino la necesidad íntima por parte de cada una de nosotras de enfrentarnos, con dolor y con alegría, a la realidad que nos tocó vivir. En algunas casos la recuperación de los recuerdos nos provocó somatizaciones, dificultades emocionales para elaborar nuestros testimonios, y al mismo tiempo, nos otorgó el goce de estar llevando a cabo el proyecto, y compartir también esos sentimientos.
De ese período conservamos los e-mails, que fueron muchos, hasta que logramos poner en palabras lo que queríamos decir o, mejor dicho, cómo: Yo diría. Contar, narrar desde la subjetividad (como las mujeres mayas) o sea con los sentimientos incluídos. Y me parece que es lo que estamos haciendo, cuando eso se nos "escapa" enseguida aparece la denuncia, no sé si te diste cuenta. Es como si hubiera que tener "el corazón abierto" cuando uno  escribe o cuando lo lee. Por ahí, si uno se imagina que está en un café con alguien a quien querés y le estás contando lo que viviste, sale más blando necesariamente, no? No es fácil, sobre todo para nosotras, supongo que además para eso hay que tener cierto oficio”.
Y éste fue el momento en que la presencia de Verónica nos ayudó mucho. Al principio había asumido el rol “docente”, nos decía cómo debíamos escribir, los tiempos de los verbos, los conectores, el dequeísmo y por mucho tiempo estuvimos con sus machetes al lado de la computadora. Nos estábamos conociendo. Sin embargo, a medida que le fuimos mandando nuestros borradores y la sucesión de anécdotas, algunas divertidas, otras no tanto, empezaron a llegar sus e-mails diciendo: “me han hecho llorar”. Y ese fué el día en que empezó a “recorrer con nosotras los pasillos de Devoto”, como dice ella. Puntualizaba en cada relato aquellas emociones que no estaban, aquellas palabras que no se entendían. Teníamos entonces una mirada desde afuera y al mismo tiempo desde adentro. Nos pedía que describiéramos las vivencias, sensaciones, olores, sabores, gestos. Esto requería charlas previas entre nosotras, cambios de opiniones sobre momentos determinados, y luego... escribirlos, reescribirlos, y volver a escribirlos…
Y algunos correos electrónicos de esos momentos eran:
“va de nuevo la gaseada”,
“me parece que a la vidriera le falta una vuelta más”,
le di 3 leídas y te digo lo siguiente, hay algunos párrafos que me parecen buenos y otros a los  que les pasaste un plumero!”
“Acabo de releer el 76 (para ver la diferencia con el 77 que dice Verónica), no lo había vuelto a leer desde las últimas correcciones y la verdad es que tiene razón, no se entiende nada y me parece (ahora) inconsistente. La parte del aluvión, sí, habría que tener más precisiones, la verdad es que se "nota" que no nos acordamos bien de eso.
Con el 75, estoy dándole vueltas y no voy ni para atrás ni para adelante. Sigo.”
Y así,  fuimos adquiriendo mayor libertad y comprobando que cuanto más libres éramos para expresarnos, más profundo resultaba el relato, más creatividad teníamos, y aún hoy nos reímos de muchas de nuestras “creaciones”, porque lo cierto es que nos hemos reído y hemos llorado con cada elaboración.
Otra cuestión fue el lenguaje. Hay palabras propias de la vida carcelaria. ¿Cómo explicar qué es el “chancho” o la “calesita”?, y tantas otras. No queríamos hacer notas al pie o un glosario que resultara denso o cortara el relato. Queríamos que el lector tuviera el mismo modo de aprenderlas que tuvimos nosotras: se habían ido incorporando a nuestro vocabulario, simplemente.
Una vez que estuvimos conformes con el cómo pudimos concentrarnos en la organización de los temas, definiendo lo principal en cada capítulo, es decir en cada año, y de este ordenamiento fueron surgiendo los títulos de cada uno.
Pero todavía faltaba. Y un día empezamos a preguntarnos: ¿entenderán los más jóvenes nuestra forma de vida? ¿Cómo decir que teníamos un compromiso social y valores que habíamos adquirido antes de que nos encarcelaran? ¿Cómo decir que así concebíamos la vida aún a riesgo de perder la libertad o precisamente la vida? ¿Pensarán que somos “perros verdes”? Porque, como decimos en el libro, “pareciera que nuestro país es otro país”. ¿Cómo acortar esa distancia que no es sólo el tiempo transcurrido? Es también el tiempo transcurrido de olvidos y algunas memorias. Y entonces, empezamos a decir y escribir “quiénes éramos”, en un escrito que así se titula y que nos permitió recorrer, a través de una descripción sencilla, la historia Argentina. Aún en su sencillez, fue largamente elaborado, corregido muchas veces y con muchos aportes. Además, debimos también superar nuestros propios prejuicios para poder decir “así vivíamos”.
Luego llegó el momento de pensar en la diagramación, las ilustraciones y la selección de los dibujos y poemas, con la colaboración de Nora. No resultó difícil, aunque sí significativa. Porque cuando tuvieron, también, un orden cronológico vimos, a través de ellos, los momentos vividos. Comprobar que las palomas que dibujábamos en el 76 eran grises e inexpresivas, y que en el 83 pudimos dibujar flores y ventanas abiertas. Y, además, ¡qué prolífica era la producción de cuentos para los hijos!
Entonces sí, faltaba el índice, completar la introducción, detallar la bibliografía y al final el epílogo…
Y la búsqueda de editorial. Luego de varias gestiones y de colaboración de Nora, de Estela, de  esperar ansiosas la respuesta y,  cuando finalmente era negativa, seguir buscando. Hasta que lo logramos.
Y llegó el día. Estábamos con nuestro libro, aún en borrador, en las manos, y había que dirigirse a la editorial. Teníamos una cita una tarde de febrero del 2006. Cinco minutos antes estábamos todavía releyendo, corrigiendo, haciendo un último repaso para que estuvieran las cartas, dibujos y poemas de cada una de las compañeras, que habían estado guardados en cajas durante siete años.
Y allí fuimos, con una sensación indescriptible. Y cuando salimos de la editorial, ahora con las manos vacías, empezamos a caminar por la calle Corrientes, despacio, sin decir nada, sin rumbo fijo. Entramos en un restaurante, pedimos un vinito y brindamos. Hacía calor.
Aún faltaban las galeras, el nombre del libro y la tapa, las palabras de Eduardo Galeano, y… los tiempos de la imprenta.
Pero finalmente el libro estuvo en la calle el 23 de marzo del 2006.
Y empezó una nueva etapa.
Esta etapa, en que nuestra memoria ya es parte de otros, en que es posible cotejarla con otras memorias, resignificarla. Escuchar las opiniones de quienes han leído el libro, sus análisis, sus observaciones y comprobar que aquella historia reciente es, en realidad, una parte importante del presente. Que aún es objeto de investigación, de elaboración, también de heridas abiertas.
En cada presentación notamos una enorme avidez por saber, por decir, por compartir vivencias de unos y otros. Ese hecho nos permite ser optimistas, y a lo mejor es pertinente pensar en que el modo en que el Estado y las Instituciones (educativas y culturales, judiciales) participen de esta construcción de la memoria, no sólo es fundamental; también es la garantía de continuidad, al legitimar el proceso abierto de búsqueda de verdad y justicia. Y abre un camino de más y mejor democracia.
Creemos que nuestro libro resulta un aporte a ese proceso. Así lo pensamos desde el principio y ésa fue la razón que nos guió, aún en los momentos en que sentíamos que la tarea nos abrumaba.